A medida que más personas logran llegar a una edad avanzada, aumenta la prevalencia de insuficiencia cardíaca, una incapacidad del corazón de bombear la sangre necesaria. Se calcula que, en el mundo, hay 20 millones de afectados. En nuestro país, es la causa de un tercio de las internaciones por problemas cardiovasculares.
Hasta los médicos padecen de estrés y de las consecuencias múltiples que tiene. La insuficiencia cardíaca, que provoca cada vez más hospitalizaciones y muertes, se ha convertido en una epidemia en la mayoría de los países desarrollados. Se calcula que en la Argentina la padece entre el 1,5 y el 2% de la población total, y la prevalencia llega hasta el 10% en los mayores de 70 años, por lo que, según las diferentes estimaciones, el total aproximado oscila entre 300.000 y 400.000 casos. Y, sobre la base de relevamientos de la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC), un tercio de las internaciones en el área cardiológica se deben a dicha afección, totalizando unas 100.000 hospitalizaciones al año.
Esta enfermedad consiste en una reducción progresiva de la capacidad del corazón para bombear sangre. Tiene una alta mortalidad, ya que se calcula que 70% de los afectados fallecen antes de diez años luego del diagnóstico. En nuestro país, 45.000 a 60.000 muertes por año son causadas por insuficiencia cardíaca. Pero, además, se caracteriza por una disminución de la calidad de vida, ya que el paciente sufre de disnea (dificultad para respirar), agitación, fatiga muscular, decaimiento general y falta de fuerzas. Se cansa ante pequeños esfuerzos, por lo cual le cuesta realizar sus actividades cotidianas, tales como caminar, bañarse o hasta cambiarse de ropa, dependiendo de la gravedad del caso.
Uno de los aspectos importantes en el tratamiento de la insuficiencia cardíaca es reducir los cuadros de descompensación, que casi siempre requieren hospitalización. El paciente puede permanecer estable, aunque esté limitado en sus quehaceres. Sin embargo, por diversas razones (abandono de la medicación, consumo de alimentos con sal, o alguna enfermedad metabólica o infecciosa, por ejemplo) se descompensa. Esto lleva a un agravamiento de todos los síntomas, y se produce una fuerte retención de líquidos, que obliga a internar a la persona para que se estabilice.
Por ejemplo, un paciente que sentía falta de aire al hacer un determinado esfuerzo, descompensado no puede tolerar siquiera estar acostado. Además, cada episodio de descompensación implica un costo tanto para la salud del paciente (cuya vida corre serios riesgos) como para el sistema sanitario, ya que la hospitalización implica cuidados intensivos, medicación más cara y atención médica.
UN AVANCE SILENCIOSO
La insuficiencia cardíaca puede avanzar en silencio durante varios años, dado que el corazón va perdiendo progresivamente la capacidad de bombear sangre, hasta provocar incluso la muerte. La sangre oxigenada que el corazón bombea al resto del cuerpo disminuye, mientras que la que retorna por las venas, sin oxigenar, no circula en forma correcta. Como aumenta la presión venosa, el líquido de los vasos sanguíneos comienza a “escurrirse” a los tejidos. Esto produce acumulación de líquido (edema) en los pulmones, piernas y rodillas, que se caracteriza por una visible hinchazón de las piernas. Otros síntomas son debilidad, dificultad para respirar, ahogos, tos seca, fatiga, pérdida de apetito, pensamiento confuso y palpitaciones.
El tratamiento habitual de la insuficiencia cardíaca consiste en cambios en la dieta (restringir la sal en las comidas, evitar alcohol, beber menos líquidos) y la actividad física (preferentemente aeróbica, de intensidad moderada y bajo supervisión médica), asociado a fármacos para mejorar los síntomas y consecuencias de la afección.
INSUFICIENCIA CARDIACA
Entre las causas principales de insuficiencia cardíaca se encuentran hipertensión, enfermedades coronarias, otras afecciones cardiovasculares, enfermedades congénitas, ciertas infecciones y quimioterapia.
Una persona con hipertensión tiene el doble de riesgo de desarrollar insuficiencia cardíaca, dado que la tensión alta en los vasos sanguíneos provoca que el corazón bombee más fuerte que lo normal para que la sangre continúe circulando. El corazón se agranda y se debilita. Esto constituye un círculo vicioso, puesto que, a mayor debilidad, más esfuerzo debe realizar el corazón para latir, y continúa agravándose.
Por su parte, la diabetes aumenta el riesgo de desarrollar daño micro y macrovascular, en los pequeños y grandes vasos sanguíneos. Además, como la mayoría de los diabéticos tipo 2 son obesos, suelen tener hipertensión y colesterol alto, una combinación de factores que requiere mayor esfuerzo por parte del corazón.
La enfermedad de las arterias coronarias puede producir insuficiencia cardíaca, puesto que cuando los depósitos de colesterol forman ateromas, o aterosclerosis, se reduce el flujo sanguíneo al músculo del corazón, que, así, resulta dañado.
CIFRAS PREOCUPANTES
La insuficiencia cardíaca es la única enfermedad cardiovascular que aumenta su prevalencia cada año, según el Heart and Stroke Statistical Update de la American Heart Association, 2000. Se trata de una paradoja: la ciencia ha logrado que cada vez más personas que sufren un ataque cardíaco, sobrevivan y vivan más tiempo. Pero, como la insuficiencia cardíaca es más frecuente entre los mayores de 65 años, crece el número de afectados.
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Se estima que en el mundo hay 20 millones de personas que sufren esta afección. Y, si bien varía entre países, la prevalencia internacional es de 3 a 20 casos cada 1000 personas, aumentando a entre 30 y 130 casos cada 1000 en los mayores de 65 años. En los Estados Unidos hay 4,6 millones de casos, y se diagnostican 550.000 nuevos al año.
Estos individuos tienen un riesgo de paro cardíaco entre 6 y 9 veces más alto que el resto de la población. Los más expuestos son quienes ya sufrieron un ataque cardíaco: aproximadamente 20% de los sobrevivientes a un ataque desarrollarán insuficiencia cardíaca dentro de los siguientes 6 años.
HIPERTENSION ARTERIAL
Se considera que una persona sufre de hipertensión arterial cuando por lo menos en tres mediciones sucesivas, su presión arterial máxima (sistólica) es mayor a 140 mmHg, y su presión mínima (diastólica) es mayor de 90 mmHg. La sistólica corresponde a la contracción del corazón para bombear la sangre, y a la elasticidad de las arterias. La diastólica señala cuánta sangre queda en los vasos al final de cada ciclo cardíaco.
Es la enfermedad crónica más frecuente en el mundo, aunque sólo la mitad de los casos está diagnosticada. La incidencia es de casi el 30% de la población adulta de los países desarrollados, trepando al 50% en mayores de 65 años según cifras del Third National Health and Nutrition Examination Survey (NHANES III). En el 90% de los casos, se desconoce la causa de la afección, denominándose “hipertensión primaria” o “esencial”.
La prevalencia varía según diversos factores: herencia, edad, sexo, raza, entre otros. Aquellos individuos hijos de hipertensos suelen tener la presión más alta. Los obesos tienen hasta seis veces más riesgo, y una disminución de peso de 9,5 Kg. permite un descenso de 26/20 mmHg en la presión arterial. El consumo de alcohol y café aumentan la presión, así como contribuye a su descenso el evitar el consumo de sal en las comidas.
Las personas con ansiedad, depresión o agresividad pueden estar más predispuestos a padecer hipertensión. Asimismo, el tabaquismo, la hipercolesterolemia y la intolerancia a la glucosa, que producen aterosclerosis, favorecen este trastorno.
La hipertensión afecta principalmente al corazón, el cerebro, las retinas y los riñones, y es la causa más frecuente de enfermedad cardíaca, accidente cerebrovascular e insuficiencia renal, reduciendo la expectativa de vida de los pacientes. Por cada 6 mmHg de aumento en la presión sanguínea, sube un 40% el riesgo de accidente cerebrovascular y un 20% el riesgo de infarto de miocardio.
La función de los riñones también se deteriora, correspondiendo casi el 10% de las muertes por hipertensión a insuficiencia renal. La detección de esta condición es a menudo casual, ya que la mayoría de los hipertensos no presentan síntoma alguno al inicio de la enfermedad. Pero, ante la aparición cefalea, dificultad para respirar, mareos, fatiga, palpitaciones, visión borrosa o sangrado de la nariz se recomienda la consulta de un médico además de un control periódico de la presión arterial.
Para prevenir la hipertensión, se recomienda disminuir el nivel de estrés, hacer actividad física regularmente, evitar el sobrepeso, restringir la sal en la dieta, evitar alimentos que eleven el colesterol, dejar de fumar y reducir el consumo de alcohol. Cuando se diagnostica la enfermedad, puede ser controlada con dieta, actividad física y medicamentos, según cada caso.