Para quienes no cuentan con el sentido del olfato el mundo huele a nada. Ahora se conoció que la anosmia puede ser síntoma de enfermedades como el Alzheimer. Una especialista conversó con Universia y se refirió las consecuencias de un mundo inodoro.
Lejos de la nariz privilegiada de Grenouille, el atormentado protagonista de El Perfume, las personas sin olfato no encuentran en el mundo más que un continuo olor a nada. Grenouille enloquece debido a su olfato sensible hasta el exceso, mientras que, para otros, los aromas no son más que señales imperceptibles.
Es uno de los sentidos más ricos de los que goza el hombre. De hecho, se estima que el ser humano puede percibir alrededor de 10.000 olores diferentes. Quizás, por eso y paradójicamente, es que el olfato pareciera estar relegado al último lugar de los sentidos. Cuando el hombre se puso de pie, el olfato perdió protagonismo. Más lejos del suelo, la vista y el oído adquirieron importancia, la nariz de corto alcance no era suficiente para el nuevo horizonte ampliado.
Quienes no ven, son ciegos. Aquellos que no escuchan, sordos. Ahora, ¿cuántas personas conocen el término que describe a quienes no huelen? Se estima que en nuestro país el 2% de la población es anósmica, es decir, no cuenta con la capacidad para percibir olores. La cuestión es que el tema del olfato pareciera ser tierra de nadie en la medicina. Y el problema no implica sólo la disminución de la calidad de vida del afectado, sino que la anosmia puede ser síntoma de diferentes trastornos.
Entre ellos, Matilde Otero Losada, del Laboratorio de Investigaciones Sensoriales del Hospital de Clínicas de la UBA e investigadora del CONICET, considerando que el olor se emparenta con las sensaciones y los recuerdos, investiga la relación entre la enfermedad de Alzheimer y el olfato. “No es que el trastorno del olfato causa la enfermedad, sino que es un síntoma muy precoz”, explica Otero-Losada, “el deterioro neurocognitivo está asociado con el del olfato, es decir, es previo y por eso, puede diagnosticarse antes”, continúa.
La cuestión es contar con los medios para realizar este diagnóstico. Se trata de un test no invasivo que permite establecer el nivel de olfato de una persona.
El problema es que el test no se produce en nuestro país . Se trata de un blister con una tecnología de microencapsulamiento, como las muestras de perfumes que salen en las revistas. Otero Losada considera que sería importante industrializar el test debido a que personas con problemas olfativos, que pueden esconder enfermedades neurocognitivas, podrían ser diagnosticadas a tiempo.
Memoria episódica
Pero el trastorno del olfato no sólo es importante por su posible relación con enfermedades neurocognitivas, sino que la pérdida de este sentido en sí misma, además, provoca un déficit considerable en la calidad de vida del afectado.
Debido a la íntima relación entre los olores y las emociones, la vida afectiva se reduce . “Si carecemos de olfato, la pirámide de los sentidos desciende un escalón. Su pérdida afecta el estado de ánimo y predispone a la depresión”, advierte la especialista.
Ningún sentido produce sensaciones tan espontáneas como el olfato. Las neuronas receptoras, llamadas cilias, se encuentran casi en contacto directo con el aire. “El nervio olfatorio ingresa directamente en el cerebro y envía la información a los bancos de memoria que se encuentran en el hipocampo. Allí se almacenan los datos objetivos, mientras que la amígdala es quien tiene memoria de las emociones”, explica Otero Losada.
Por esta razón, los olores provocan recuerdos inmediatos . “El olfato tiene una memoria episódica, es decir, un solo olor sintetiza una serie de emociones, sensaciones, personas, situación, lugar, clima”, continúa la especialista.
Hambre y apetito
Quienes están privados del sentido del olfato no sólo encuentran el mundo inodoro, sino también insípido , porque entre un 90 y un 95 por ciento del gusto no es más que olfato. Cuando no se huele nada, casi da lo mismo comer una manzana que un tomate.
Para aquellos que padecen anosmia, un perro, una flor, un chocolate o un caño de escape huelen a lo mismo, a nada. Pero, especialmente, la falta de este sentido genera consecuencias relacionadas con el disfrute gastronómico. “Entre el apetito y el hambre hay una gran diferencia. El apetito es selectivo. Hambre hay en la guerra. El hambre no se altera por la falta de olfato porque es una cuestión energética, el organismo necesita un aporte de energía. Y no importa el gusto”, explica la especialista.
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El apetito, en cambio, surge por factores cognitivos y sensibles. Si una persona piensa en comidas sabrosas, segregará saliva creyendo que tiene hambre. El estímulo visual generará respuestas similares. Sucede lo mismo con el sentido auditivo, por ejemplo, escuchar ruidos de gente comiendo algo crocante. El tacto y el gusto provocan también estas reacciones.
Ahora bien, el olfato pareciera ser el sentido más difícil de controlar. “Es posible manejarnos frente a una imagen, un sonido, pero no frente a un olor. Controlamos la respuesta, pero no la reacción fisiológica”.
Aromas construidos o innatos
Si bien en la medicina parece no prestarle la debida importancia al olfato, en otros ámbitos se lo revaloriza con fines comerciales y terapéuticos. Así como una empresa posee un logo que la identifica, la tendencia es asimilar un determinada fragancia a la marca. “Hay ciertos aromas que predisponen de manera positiva, favorecen la sociabilidad, el bienestar, el cuidado propio y la persona está más predispuesta a gastar plata”, señala Otero Losada.
Mucho se habla sobre la aromaterapia y aunque su práctica pueda sonar a cuento chino, no deja de tener una base científica. “En ciertos ambientes de trabajo en los que hay producción intelectual se aromatiza con menta porque favorece esta clase de actividad. Las fragancias de lavanda y rosa favorecen el descanso. Aromas como el incienso y la mirra estimulan la introspección. Esto es un hecho, son observaciones basadas sobre comportamientos humanos”, relata la especialista en olfato.
La pregunta es si la reacción del hombre frente a los olores es innata o construida. “En principio, los porqués son difíciles. En el caso del olfato, se trata de una cuestión subjetiva y ligada a las emociones. De todas maneras, se puede aceptar que innatamente no nos gusta determinado olor por como estamos constituidos, por características propias de la especie. Por otra parte, debemos tener en cuenta la variación intraespecie. Hay perfumes que descomponen a algunos y a otros les gusta. Pero no se puede decir porqué ese individuo es así”, concluye Otero Losada.
En todo caso, y debido a la seriedad del trastorno del olfato, la medicina ha comenzado a meter su nariz en estas cuestiones.
Fuente: El Clarín