La enfermedad de Alzheimer (EA) es la causa más frecuente de demencia entre las personas ancianas. Se trata de una alteración neurodegenerativa, que suele aparecer a partir de los 65 años, aunque también puede presentarse entre gente más joven. La Organización Mundial de la Salud (OMS) definió esta enfermedad como una dolencia degenerativa cerebral primaria, de causa desconocida.
Cuando una persona padece la enfermedad de Alzheimer, experimenta cambios microscópicos en el tejido de ciertas partes de su cerebro y una pérdida, progresiva, pero constante, de una sustancia química, vital para el funcionamiento cerebral, llamada acetilcolina. Esta sustancia permite que las células nerviosas se comuniquen entre ellas y está implicada en actividades mentales vinculadas al aprendizaje, memoria y pensamiento.
Los estudios epidemiológicos indican un aumento de la incidencia de esta enfermedad, diagnosticada por vez primera en 1907, por el médico alemán Alois Alzheimer (1864-1915). Según estimaciones globales, hay unos 12 millones de afectados en todo el mundo, de los que siete se ubican en sociedades industrializadas, pero esto es sólo el principio: En el año 2040 se calcula que sólo en Estados Unidos habrá 14 millones de enfermos, a no ser que se encuentre una forma eficaz de prevención.
China, India y Latinoamérica experimentarán el mayor crecimiento de enfermos de Alzheimer; en estos países se encontrará el 70 por ciento de los afectados de todo el mundo.
En realidad, la EA constituye una consecuencia del envejecimiento poblacional. La prevalencia en la población de más de 65 años es del 5-10 por ciento y esta cifra aumenta hasta el 50 por ciento en los mayores de 85 años. Sin embargo, también se han diagnosticado casos entre personas de menos de 50 años.
En España, dentro de 10 años, un 9 por ciento de la población superará los 75 años. En la actualidad, los datos oficiales estiman unos 500.000 enfermos, pero se sospecha que en realidad hay muchos más sin diagnosticar. Todos estas cifras explican por qué esta enfermedad recibe el apelativo de epidemia del siglo XXI. De hecho, pronto superará en incidencia a otras patologías como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, o el sida.
¿Cómo se diagnostica?
Los médicos siempre dicen que una persona tiene “probablemente” la enfermedad de Alzheimer. En realidad, hasta que no se efectúa una autopsia, no se tiene la seguridad de que el paciente se encuentra afectado por la patología.
Por eso, normalmente, el médico diagnostica la enfermedad con datos recabados sobre sus problemas de memoria y aprendizaje, para llevar adelante la vida cotidiana. y preguntando a familiares o personas que conviven con el supuesto enfermo.
Los análisis de sangre y orina descartan otras posibles enfermedades que causarían demencia y, en algunos casos, también es preciso analizar fluido de la médula espinal. Con una batería de pruebas neuropsicológicas y, si es preciso, pruebas de imagen, un médico especializado tiene un 80-90 por ciento de probabilidades de diagnosticar correctamente la enfermedad.
¿Qué tipo de medicamentos se utilizan en el tratamiento?
Los medicamentos que se prescriben para mitigar los síntomas del Alzheimer son los siguientes:
- Inhibidores de la acetilcolinesterasa
Diversos estudios indican que los inhibidores de acetilcolinesterasa retrasan la degradación de la acetilcolina, un neurotransmisor implicado en los procesos de la memoria y el aprendizaje. Suelen indicarse en fases de leve a moderadamente graves de la enfermedad de Alzheimer. Su acción permite potenciar temporalmente algunas funciones cognitivas, como la memoria y la atención, así como cierto control de determinados síntomas conductuales.
Los resultados clínicos y de investigación indican que estos medicamentos influyen también en las actividades de la vida diaria, favoreciendo la autonomía de los pacientes.
Publicidad
Los medicamentos son el donepezilo, la galantamina y la rivastigmina. Los tres funcionan de manera parecida, pero dependiendo de las características de cada paciente, el neurólogo optará por uno u otro y hará el seguimiento de su eficacia y tolerancia que, en general, es buena. Hay que informar al médico de posibles efectos secundarios para su valoración y, si fuera necesario, modificar la dosis o, valorar un tratamiento alternativo, o suspenderlo.
- Memantina
La memantina no suele prescribirse antes de fases moderadas de la enfermedad. Se ha mostrado eficaz a nivel cognitivo, en el funcionamiento global y en el desempeño en las actividades de la vida diaria. En este caso, la acción farmacológica está relacionada con la acción de otro neurotransmisor, el glutamato, que también está implicado en algunas funciones cognitivas.
- Fármacos para el control de alteraciones conductuales
En determinados momentos de la evolución de la enfermedad, el neurólogo puede considerar necesario prescribir, temporalmente, además del tratamiento de base, algún fármaco para el control de algunas alteraciones afectivas (depresión, ansiedad), psicóticas (alucinaciones, ideas paranoides), conductuales (agitación, agresividad) o los problemas de sueño.
En casos con alteración conductual y/o síntomas psicóticos, los fármacos de elección suelen ser los denominados antipsicóticos, siendo la quetiapina y la risperidona los más utilizados. La dosis y duración dependerá de la gravedad de los síntomas.
Cuando los síntomas predominantes son de tipo afectivo, pueden estar indicados los fármacos antidepresivos, como el citalopram, la sertralina o la trazodona. En general, no se recomienda el uso de ansiolíticos o sedantes de la familia de las benzodiacepinas (como el Orfidal©, el Tranxillium© o el Diazepam), puesto que pueden agravar la desorientación, generan dependencia y a largo plazo se asocian a mayor riesgo de deterioro cognitivo.