Las emociones están en el corazón de nuestro “vivir”, funcionan como brújula y termómetro de nuestras vivencias dándole un significado personal a nuestras experiencias. Sin embargo, la dificultad para identificarlas así como para regularlas puede traer mucho sufrimiento tanto a nosotros mismos como a nuestros allegados.
Funciones de las emociones
La función principal de las emociones es la adaptación. Nos preparan para sobrevivir, actuar, aprender y vincularnos mejor. Son señales que alertan a nuestra conciencia, agudizan la atención y nos impulsan a acercarnos, alejarnos, defendernos o pedir ayuda.
A continuación, las principales emociones y sus funciones:
- Miedo: nos protege del peligro, prepara el cuerpo para reaccionar (huir o defenderse). Ejemplo: frenar de golpe al cruzar la calle cuando un auto aparece de repente.
- Ira: surge cuando sentimos injusticia, amenaza o invasión de nuestro espacio. Nos da energía para poner límites y defendernos. Ejemplo: al alzar la voz porque alguien nos trata con falta de respeto.
- Alegría: motiva la cooperación, fortalece los vínculos y refuerza la memoria de experiencias agradables. Ejemplo: disfrutar de una comida en familia y sentir ganas de repetirlo.
- Tristeza: impulsa la búsqueda de consuelo y ayuda a procesar pérdidas. También genera introspección y aprendizaje. Ejemplo: llorar tras la pérdida de un ser querido, lo cual moviliza el apoyo social.
- Asco: nos aleja de lo que puede ser dañino o tóxico, ya sea físico o simbólico. Ejemplo: rechazar alimentos en mal estado, pero también situaciones que sentimos moralmente incorrectas.
- Sorpresa: activa la atención y abre la mente al cambio. Puede ser positiva (una fiesta sorpresa) o negativa (un golpe de noticia inesperada).
Cuando entendemos que todas las emociones cumplen una función, dejamos de pelearnos con ellas y empezamos a verlas como aliadas en nuestro día a día.
1. Cómo identificar las emociones
Reconocer una emoción no siempre es fácil, pero es el primer paso para gestionarla. Algunas recomendaciones prácticas:
- Pausar y observarse: cuando algo te altera, tomá un momento para registrar qué sentís en el cuerpo (corazón acelerado, nudo en la garganta, tensión muscular). El cuerpo es el primer indicador de una emoción.
- Nombrar la emoción: ponerle nombre ayuda a bajarle intensidad. Ejemplo: “Esto que siento es enojo” o “Me estoy sintiendo triste”.
- Diferenciar emociones básicas: alegría, tristeza, enojo, miedo, sorpresa y asco. A veces se combinan, pero identificarlas en su estado más simple nos ayuda a clarificar lo que ocurre.
- Registrar el desencadenante: preguntate: ¿qué lo provocó? ¿Una palabra, un gesto, un recuerdo, una situación externa?
- Practicar la autoobservación diaria: al final del día, anotá en un cuaderno qué emociones sentiste, en qué momento y cómo reaccionaste.
Ejemplo: Si sentís enojo porque tu padre mayor no quiso tomar la medicación, podés registrar: “Sentí enojo porque interpreté que estaba desafiándome, pero en realidad estaba cansado”.
2. Cómo manejar cada tipo de emoción
Manejar las emociones no significa reprimirlas, sino darles un lugar y expresarlas de forma adecuada para evitar consecuencias negativas.
Miedo
- Qué hacer: reconocer si el miedo es real o imaginario. Respirar profundo y preguntarse: ¿Qué tan probable es que lo que temo suceda?
- Ejemplo 1: un adulto mayor siente miedo a caerse al salir a caminar. Se lo puede acompañar a dar pasos cortos, con apoyo, para ir recuperando confianza.
- Ejemplo 2: un cuidador teme no poder con la responsabilidad. Hablar con un médico, psicólogo o grupo de apoyo puede disminuir la carga.
Ira
- Qué hacer: frenar antes de reaccionar, tomar distancia y expresar el enojo de manera firme pero respetuosa.
- Ejemplo 1: si un padre mayor repite la misma pregunta diez veces, en vez de responder con fastidio, el cuidador puede contar hasta diez y contestar con calma, recordando que es parte de su condición.
- Ejemplo 2: si alguien invade nuestro tiempo personal, se puede decir: “Necesito un momento para mí, después seguimos hablando” en lugar de reaccionar con gritos.
Alegría
- Qué hacer: compartirla y cultivarla, ya que se multiplica cuando se transmite. También puede usarse como recurso para motivarse en momentos difíciles.
- Ejemplo 1: organizar actividades de música o baile con adultos mayores para generar momentos de disfrute compartido.
- Ejemplo 2: agradecer las pequeñas alegrías diarias (un mate en compañía, una charla agradable) y registrarlas en un diario.
Tristeza
- Qué hacer: aceptar la emoción, expresarla y buscar apoyo en otros. La tristeza no es debilidad, sino parte natural de la vida.
- Ejemplo 1: un adulto mayor que extraña a su cónyuge puede canalizar su tristeza escribiendo recuerdos o compartiéndolos con un familiar.
- Ejemplo 2: un cuidador agotado puede hablar con un amigo o profesional en lugar de guardarse el malestar.
Asco
- Qué hacer: diferenciar lo que realmente es peligroso de lo que simplemente genera rechazo personal o prejuicio.
- Ejemplo 1: al cambiar un pañal, un cuidador puede sentir asco, pero recordando que es parte de una tarea de cuidado puede transformar ese rechazo en compasión.
- Ejemplo 2: frente a un alimento nuevo, probar pequeñas cantidades para distinguir si es realmente dañino o simplemente desconocido.
Sorpresa
- Qué hacer: detenerse y observar antes de reaccionar. La sorpresa abre un margen de aprendizaje si no se convierte en pánico.
- Ejemplo 1: al recibir un diagnóstico inesperado, en lugar de reaccionar con rechazo inmediato, se puede preguntar: “¿Qué opciones de tratamiento existen?”
- Ejemplo 2: si un adulto mayor hace un comentario inesperado, aprovecharlo como punto de partida para conversar más en lugar de cerrarse.
3. Cómo desarrollarse para lograr más serenidad (especialmente al cuidar a un adulto mayor)
El cuidado de una persona mayor suele poner a prueba nuestras emociones: paciencia, frustración, tristeza, cansancio… Para transitar este camino con serenidad, es útil:
- Practicar la empatía: recordá que muchas conductas del adulto mayor (repetir preguntas, resistirse a la ayuda, olvidarse de cosas) no son intencionales, sino parte del proceso del envejecimiento.
- Entrenar la paciencia con pequeños hábitos: usar la respiración profunda antes de responder, hablar más lento, dar tiempo al otro para expresarse.
- Cuidar el propio bienestar: un cuidador agotado difícilmente pueda brindar serenidad. Descansar, pedir ayuda y tener espacios personales son esenciales.
- Aceptar las limitaciones: no todo está bajo nuestro control. Reconocerlo libera de la frustración.
- Buscar momentos de conexión positiva: una charla tranquila, una caminata juntos, escuchar música. Estos instantes fortalecen el vínculo y disminuyen tensiones.
La serenidad no significa ausencia de emociones, sino capacidad de vivirlas con equilibrio, sino saber reconocerlas, aceptarlas y canalizarlas de forma constructiva. Algunas claves:
- Autoconciencia: entrenar el hábito de preguntarse ¿qué estoy sintiendo en este momento y por qué?
- Autocuidado: dormir bien, alimentarse de forma equilibrada y tener espacios personales. Un cuidador sereno cuida mejor.
- Empatía: recordar que el adulto mayor vive sus propias emociones (miedo, tristeza, frustración). Escucharlas sin juzgar ayuda a reducir tensiones.
- Rutinas tranquilas: establecer horarios para comidas, paseos y medicación disminuye la ansiedad tanto en el adulto mayor como en el cuidador.
- Apoyo social: pedir ayuda a familiares o grupos de acompañamiento evita la sobrecarga emocional.
Ejemplo: Si un adulto mayor repite constantemente que tiene miedo de quedarse solo, en lugar de responder con fastidio, el cuidador puede validar (“Entiendo que te dé miedo”), ofrecer alternativas prácticas (“Voy a estar en la otra habitación, podés llamarme cuando quieras”) y reforzar la confianza.
Reflexión final
Las emociones no son enemigas: son señales vitales que nos orientan. Cuando aprendemos a identificarlas, manejarlas y vivirlas con serenidad, mejoramos nuestra calidad de vida y nuestras relaciones. Y en el cuidado de adultos mayores, este aprendizaje se vuelve aún más esencial: nos permite acompañar con paciencia, respeto y amor, generando un entorno más sano tanto para ellos como para nosotros.
Las emociones son señales que nos guían. Identificarlas, manejarlas y cultivarlas con serenidad es clave para nuestra salud mental y nuestras relaciones. Y en el cuidado de adultos mayores, esta práctica se vuelve aún más valiosa: nos permite acompañar con respeto, paciencia y amor, construyendo un entorno más saludable tanto para ellos como para nosotros.
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