Opinión – Artículo publicado en Infobae el 28 de Septiembre de 2020.
Mi mamá, Amalia, salió del sanatorio después de haber estado internada durante un mes exacto, por COVID-19. Con 88 años y los principales factores que agravan el riesgo de la enfermedad. Increíble.
Desde que se conocieron los estragos que la pandemia hizo en los geriátricos en España, me preguntaba qué íbamos a hacer con mi mamá cuando el coronavirus llegara a la Argentina.
Cuando finalmente desembarcó en Ezeiza, después de un profundo análisis, me di cuenta de que era imposible sacarla de donde vivía. Su situación particular necesita de al menos dos personas full-time, una de ellas profesional de enfermería.
Preguntas típicas ante una situación típica
Armar algo fuera de una estructura organizada, implicaba contratar, entrenar y supervisar a un equipo de seis personas como mínimo. Y sostenerlo. Si tomaba la decisión,
¿cómo garantizar que los nuevos cuidadores tuvieran el conocimiento y habilidades adecuadas, cuando no soy una especialista en el tema? Porque situaciones cotidianas, como moverla de la silla de ruedas a la cama, implican un riesgo.
¿Cómo solucionar los problemas que esta “pequeña empresa” iba a generar? ¿Cómo haría ante las ausencias de los cuidadores, la logística para las compras, y todas las demás cuestiones que involucra una casa donde se cuida full-time de una persona dependiente, en un entorno de “cuarentena”? Y lo más importante: ¿cómo garantizar que esas seis personas no llevaran el COVID a donde ella estuviera, que era lo mismo que podía pasar en la residencia donde estaba?
Prejuicios comunes que no ayudan al adulto mayor
Ya antes de la pandemia, la decisión de que mi mamá estuviera en en una residencia geriátrica, ante los ojos de algunos conocidos, era inaceptable. Nadie me lo dijo explícitamente, pero se entendía en los silencios. Se percibía la incomprensión de “los otros” respecto a la situación de mi mamá, aunque la explicara. La estigmatización de los geriátricos como lugares de “depósito” de ancianos es una barrera que impide a las personas aceptar que hay diferentes tipos de “vejeces”, y diferentes tipos de instituciones.
Respecto a los adultos mayores, según el Dr. José Ricardo Jauregui, presidente electo de la Sociedad Internacional de Geriatría y Gerontología, los estudios y análisis han hecho que se puedan identificar tres grupos: “Un tercio tiene pérdida de autonomía y problemas médicos graves como es el caso del Alzheimer, otro tercio tiene un estado físico óptimo, y siguen haciendo deportes, liderando empresas y teniendo un estilo de vida activo”, explica. “En el medio está el tercer tercio, personas que todavía son autónomas, relativamente en sensación de bienestar, aunque tengan enfermedades crónicas no transmisibles con una probabilidad de fragilidad frente a cualquier situación externa llámese coronavirus, gripe u otra afectación”, agrega.
Por su parte, los geriátricos simbolizan desarraigo y encierro. Representan dejar la casa propia, no poder tomar decisiones respecto a la vida cotidiana. También apartarse de la vida familiar y los amigos, en una sociedad que levanta la bandera de “somos latinos” por la importancia que damos a los afectos. Además, alejarse de las rutinas sociales, como hablar con los vecinos, ir al banco, la peluquería.
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Este imaginario es tan poderoso que nubla la posibilidad de reconocer que hay personas mayores que necesitan residencias con las instalaciones adecuadas, y profesionales especializados en su cuidado, para su calidad de vida. Estadísticamente se trata tan solo del 2% de la población mayor de 60 años. Porque allí puede estar mejor cuidada, con servicios para los cuales no tiene que desplazarse cuando no tiene movilidad. Con la posibilidad de construir nuevas relaciones, y participar de actividades que aislada nunca tendría. Y, si puede, organizar salidas, visitas, reuniones… las mismas que tendría si estuviera en su casa. En otro orden, las personas mayores autónomas también pueden decidir irse a vivir en una residencia, en la modalidad que se denomina “vivienda asistida” por comodidad, seguridad y acompañamiento.
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Hay iniciativas en el sector que aspiran a desarmar el prejuicio respecto a los geriátricos. Dijo Diego Petracchi, co-fundador de We Care: “Mi sueño es levantar la vara de lo que se llama geriátrico, palabra que tiene una connotación muy negativa. Necesitamos que aparezcan otros lugares que colaboren en modificar la concepción de las residencias para mayores, que no genere culpa a la gente cuando en determinadas situaciones sus familiares necesiten o elijan vivir en una institución”.
Mejorar y renovar las propuestas del sector es uno de los pilares para modificar la representación mental que tiene la sociedad sobre los geriátricos, pero hay otros movimientos. Entre ellos, no discriminar por edad y reconocer la necesidad de cuidados específicos para cierto grupo de adultos mayores. Si bien es cierto que siempre -para que se produzca un cambio real respecto a la percepción de un producto o servicio- éste debe ser genuino y para ello generarse “desde adentro”, los de afuera tenemos que tener la capacidad y permeabilidad de observarlos, evaluarlos, para poder cambiar nuestra opinión al respecto.
¿Volvió al geriátrico? Me preguntó una amiga.
Las experiencias que permitieron vislumbrar una nueva normalidad
Sí, mi mamá volvió al Hogar. Porque lo que significa geriátrico, según la información y la experiencia, difiere según los individuos.
Porque la hecatombe que sucedió en las residencias para mayores de España se debió a que no tenían conocimiento, primero, y luego porque no podían trasladar los enfermos de COVID-19 a los centros de salud, que estaban colapsados.
Porque en el Hogar donde está mi mamá manejaron bien la situación de la infección, y había capacidad en el sistema sanitario para recibirla. Porque, por suerte, esta vez la peste nos llegó después que a otros, y nuestros médicos, que son excelentes, aprendieron de la experiencia. Porque mi mamá, con todas sus co-morbilidades y fragilidad, es fuerte y tiene a Dios de su parte. Porque el cuidado especializado que recibe allí no se lo podemos brindar en otra parte.
El próximo paso
Solo falta poder verla, abrazarla. En San Justo, donde está, las normativas no lo permiten, fortaleciendo la sensación de exclusión a las personas mayores “encerradas”, doblemente invisibilizadas. Por tener más de 60 y por estar en una institución. La llamada “nueva normalidad”, parece, tardará mucho en llegar. Desde el 19 de marzo los hijos no pueden visitar a sus padres, los nietos no pueden ver a sus abuelos. “Se sienten abandonados”, me confió Liliana, la trabajadora social de su Hogar.
Los mayores en residencias y sus familias necesitamos que se permitan las “visitas protegidas”. De la misma manera que se hace en diferentes lugares, quizás llegó la hora de utilizar mamparas, para poder mirarse a los ojos, intercomunicarse y sonreír juntos. Con camisolines y todo el equipo que un cirujano utiliza para ingresar al quirófano, si así se decide. O encontrarse en un lugar abierto, como un patio o jardín, si está lindo el tiempo, para compartir una charla y escuchar la música que a ella le gusta, con barbijo, respetando distancia. Sería fantástico que nos lo permitan ya el próximo fin de semana. Porque las personas mayores no pueden seguir esperando para pasar buenos momentos con sus seres queridos. Aunque sea, todavía, sin abrazos.
Autora: Ana Gambaccini, especialista en Comunicación y Salud. Miembro de aging 2.0